Existe la Justicia humana.
Y existe la Justicia televisiva. Por eso en la noche de “Bailando por un Sueño” la gente hizo valer su voto y dio vuelta con sensatez y cordura la maniobra que, durante ocho meses, llevó adelante uno de sus jurados. Lo que el vicepresidente Julio Cobos llamó con tibieza sentencia no positiva, el público fue contundente y lo transformó en un voto castigo.
De las ocho parejas que habían llegado hasta las instancias finales, cinco pertenecían a la escudería del productor. La mayoría de ellas elegidas en ese casting generoso que le ofreció Marcelo Tinelli cada semana. Gratis para el veterano hombre del espectáculo, caro para el Cabezón. Era una fija, un pleno, que varias de sus chicas iban a llegar. Por talento y por protección. Pero ese castillo de naipes comenzó a derrumbarse, primero, con el escandaloso seis por ciento de los votos para Mónica Farro. Un cachetazo al ego del jurado que acunó durante todo el certamen a la uruguaya impidiendo que llegara al maldito teléfono.
Finalmente, a la hora de la verdad, la gente de manera abrumadora le dijo no a los privilegios del productor. Pero lo más lamentable fue la maniobra para dejar fuera de competencia a Laura Fidalgo, virtuosa a la hora de bailar y más valiente a la hora de enfrentarse al hombre que ostenta un poder con olor a naftalina. Sacrificaron a la buena de Eunice Castro en pos de una supuesta venganza personal. Y otra vez la gente le dio la espalda a su contratada, le refregó en la cara que su popularidad hoy tiene pies de barro. Que las injusticias salen mejor en televisión. Tenía cinco candidatas. Le quedaban tres. Y otra vez la gente, que no es tonta, decidió con su voto hacer saber quién manda y quién cree que aún lo hace. Que pudieron ser espectadores de todos los manejos, triquiñuelas, enjuagues y complots. Pero que también tomaron debida nota y a la hora de emitir su voto telefónico sabían dónde lo tenían que dirigir: al castigo apabullante a la soberbia.
Por eso sacrificaron a las talentosas Marixa Balli y Adabel Guerrero, ésta última vencedora de ese monstruo mediático y supuestamente imbatible como lo fue la Tota Santillán. Pero las dos debieron saborear el agrio gustito de la repulsa ajena. De pertenecer a un equipo con pocos hinchas. De formar parte de una manera vieja y casi olvidada de manejar el poder. Ellas también fueron ofrendadas en ese altar de la antipatía acumulada a lo largo de los años por una persona que en una semana perdió en el camino cuatro candidatas en manos de la gente. Ni más, ni menos.
Alguien, a esta altura, le debería decir que el Rey está desnudo. Ahora le queda una sola esperanza: Valeria Archimó. Gran candidata por méritos propios y con el plus de haberse plantado al añejo padrino pidiendo por el derecho a lucir sus innegables virtudes y lográndolo en base a la pelea. Algo a lo que no estaba acostumbrado el otrora todopoderoso hombre de la tele. Que le discutan y que le ganen. Algo que le viene pasando seguido en la vida en y en una carrera en leve pero imparable descenso.
Ahora las tres independientes, las que no tenían un padrino que las protegiera, quedaron de cara a la final junto a la rebelde del clan. Ganará la mejor. Cualquiera da lo mismo. Cada una demostró lo que vale. Lo único claro, a esta altura del partido, es que ya se conoce el nombre del gran perdedor. Sin pena ni gloria.
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